Porque así lo siento.

Per: Ariel Villa.

Tomo distancia. Me aparto. Te observo. Intento comprenderte.

Traigo conmigo un bagaje de conocimientos, de fórmulas, de estadísticas.
Agrupo aquellos términos que te describen; que hablan de vos: fantasía, nostalgia, ilusión, milagro.

Ocupo un lugar en el “templo sagrado” colmado de gente, cargado de música que solo los sentimientos pueden apreciar.

Es domingo, un solemne domingo de fútbol.

El “cuero” comienza a rodar, intento perseguirlo, sacar conclusiones; buscar algo que pueda ayudarme a calificarte. No lo logro.

A mi alrededor todo es felicidad, un padre abraza a su hijo, y este abraza al suyo.
Una mujer sonríe mientras canta sin pudor el himno de su club y los niños gritan, sin ser oídos, los nombres de los jugadores.

Entonces dejo de observarte, me involucro, siento; me dejo llevar por la música que desprenden las miles de gargantas que “dejan todo” por el amor a sus colores, que lloran, saltan, gozan y sufren, que viajan a donde sea necesario para acompañarte. (Ellos son el folklore, hablan perfectamente el lenguaje del fútbol).

Ahora sí comienzo a comprender. El fútbol no se describe, porque la pasión es indescriptible. Porque cada gol es una única e irrepetible obra de arte. Porque en cada gambeta (regate) se puede apreciar la inteligencia, el coraje, la burla. Porque cada “taco” nos arranca un “oooole” instintivo. Porque siempre habrá un “crack”, siempre.

Mientras corra una “bocha” por algún barrio porteño; mientras los niños de las “Fabelas” desplieguen un “jogo bonito” con una pelota de trapo; mientras La Masia siga alimentando ilusiones, habrá un crack; destinado a saltar las fronteras para repartir felicidad.

Por que aquellos que amamos el fútbol somos felices, aunque solo sea los domingos.